por Virginia Amado
La nena es chiquita. Hace poco cumplió seis años. Tiene ojos muy grandes, y como siempre, observa. Curiosidad innata que la caracteriza. Suele tener caprichos de hija única y con carácter.
Algo diferente pasa ese día. Vino la abuela. La ve ocupada, poniendo a calentar agua en ollas grandes.
De la esquina, que no tiene asfalto, dobla un taxi. Llega una señora gorda, muy alta y corpulenta con un vestido gris de cinturón y botones . Lleva un maletín tan inmenso como sus zapatones negros con cordón.
Papá sale a recibirla con la nena al lado que no se despega, mirando a la mujer desde su tamaño.
Ella besa a la nena, le acaricia el cabello ondulado, en melenita y le dice:- ¡Qué grande estás! A vos te ayudé a nacer. Y sonríen sus ojitos rasgados haciendo menos serio el rodete tirante con que recoge cabellos tan grises como el atuendo.
Se llama Amelia, y entra a la casa por el zaguán y la puerta cancel, de las visitas.
La nena, de la mano del papá camina a casa de Cristina, su amiga que vive apenas a la vuelta, a pocos metros por la avenida donde vuelan mariposas brillantes.
Allí Maruca, la madre, la recibe con afecto y la lleva al patio grande, de tierra y césped donde están las chicas jugando.
Hay hamacas que cuelgan de cadenas, sostenidas por postes que su padre construyó. Y muchas macetas y plantas en canteros de geranios, helechos, malvones y enredaderas .
Mucha ropa blanca agitándose, jugando a las escondidas con el viento volador.
Es un lugar conocido, que a ella le encanta, porque en su casa no hay tanto patio , y la ropa su mamá la tiende en la terraza.
Un rato juega, la columpian, es la más chica pero además la miran raro. Cantan, hacen rondas, pero ella está dispersa : algo está pasando en su casa.
Tanto, que se cruza frente a la hamaca de Marisa que la golpea y el enorme chichón en la frente no se hace esperar.
Las tías corren con hielo, y ella las escucha decir que justo hoy.
¿ Hoy? ¿Qué pasa hoy? Ella sólo piensa en lo que está ocurriendo y la perturba.
Después de la leche, llega el papá que está sonriente, con linda luz en sus ojos celestes y la toma de la mano camino a su casa.
No entran por el pasillo como lo hacen habitualmente.
La puerta principal los recibe y ella va con la cabeza gacha, mirando el granito rojo del piso del living.
Un llanto de bebé les llega desde el dormitorio de sus padres. Todos sonríen menos ella y la bebé que berrea.
Antes, algunas cosas no se explicaban demasiado.
Se suponía que los chicos entendían todo, o que era lógico lo de las pocas palabras.
Recuerdos de un día lejano. Nació Adriana Edith, su hermana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario