miércoles, 10 de junio de 2015

Dos mundos . Una sola humanidad

por Nezka

Dos mundos opuestos, uno el dueño de estas tierras, sumiso, humilde, el que baja la cabeza ante la mirada dura del invasor; con su propia cultura, religión y costumbres; el otro avasallante, “el conquistador” el que con inmensa crudeza, sintiéndose superior lo tomó TODO e impuso TODO.

Los años, los siglos pasan, las razas se fusionan, nace una nueva civilización donde son muy pocos los rastros a seguir para descubrir cómo fue la vida de los primitivos habitantes.
Mis abuelos paternos y su familia eran oriundos del N.O. riojano, allí tuvo su asiento una población{n diaguita.
El perímetro habitado era muy pequeño, solo tres casas de adobe en medio de la inmensidad de la precordillera. A tres km. de allí estaba la escuelita rural, solo para varones y hasta segundo grado. Mi madre aprendió a leer y escribir con sus hermanos.
Quiero contar lo que recibí de mis tíos, que nada tiene que ver con las costumbres de los pueblos originarios.
Noches invernales. Sentados alrededor del brasero en mi casa paterna, escuchábamos cuentos, canciones, adivinanzas, narradas por el hermano mayor de mi madre. Conocí a un personaje muy original, siempre ganador, tramposo y divertido, su nombre era Pedro Ordiman. Con el tiempo descubrí en una colección de libros españoles a dicho señor y las canciones y aventuras cantadas por mi tío.
Pero lo que no comprendía y me llenaba de una sensación de asombro y miedo, era la ceremonia del viernes santo. En una de las casas y en la mejor habitación se realizaba el rito. A  ambos lados de la puerta montaban guardia dos soldados, en el interior supuestamente velaban a Jesús, los mayores permanecían toda la noche. 
¿Por qué me asombraban? Porque no sabía dónde habían adquirido  tales conocimientos. Con el pasar del tiempo lo fui comprendiendo y el dolor fue muy grande, porque de la nuestra solo quedaron muy pocas costumbres, y un puñado de palabras, de algunas ya me olvidé porque usarlas estaba prohibido, porque si lo hacías escuchabas risas burlonas o “qué mal hablás”. 
Y acá estoy en el medio. ¿Debemos dar gracias a los invasores por lo que nos legaron? Cómo hacerlo si no nos permitieron conservar nuestra lengua, religión, costumbres o usarlas en forma paralela.

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