miércoles, 24 de junio de 2015

La Lily

por Myriam Zubiarrain

La Lily, mi amiga entrañable de la infancia; vivía en un conventillo familiar, casa por medio de la mía.
     Con la Lily compartimos muchos momentos, jugábamos siempre que podíamos, generalmente en la vereda porque nuestras casas no favorecían el encuentro, a no ser para juegos de mesa.
     La casa de Lily estaba conformada por un dormitorio y una pequeña cocinita patio de por medio, que con los años fue creciendo y comenzó a admitir las tardes de tortas fritas que preparaba Juana, su mamá. En el conventillo también vivían Panchito y sus padres, la tía María y Luisa, amiga de mi hermana, con su familia.
     El baño como en todo conventillo era un excusado al fondo, junto al gallinero de la tía María al que iba todas las mañanas a buscar el huevo que mi mamá me hacía comer crudo, las características del baño, hacían que corriera a mi casa cuando tenía alguna necesidad.
     Mi casa, un pequeño y sencillo departamento de pasillo, contaba con un baño con bañadera, todo un lujo para nosotras y la época, en el verano solíamos bañarnos juntas Lily, Luisa, mi hermana y yo, nos divertía y era casi casi como nuestra pileta de natación.
     Cuando mis padres nos compraron la bicicleta a mi hermana y a mi, por supuesto la usábamos las cuatro por turno, cada una daba una estricta vuelta a la manzana, excepto cuando le tocaba a  Luisa que era la más intrépida de las cuatro, aprovechaba la cercanía al parque Independencia y llegaba hasta allí, haciendo que su vuelta y nuestra espera sean más largas.
     Lily tomo su comunión vestida como la virgen de Luján, un impacto para mí,  que la acompañaba con su bolsita limosnera, era tal cual la virgen. En el último encuentro con Lily, hace unos meses, se reía burlándose de sí misma con el recuerdo.
     Ella decía que nosotras éramos las primeras en tener televisor, bañadera, bicicleta y además teníamos al Pety, un perrito chihuahua que nos regaló mi abuela, Lily tenía al Terry, un perro callejero, simpático, a los que sacábamos a pasear haciendo que Lily llegara a su casa llorando porque en la calle se paraban a mirar al Pety, de todos modos Lily tuvo por muchos años al Terry, en cambio mis papás regalaron al Pety a mi prima porque el departamento no era lugar adecuado para él.
     Cerca de los 12 años, las dos queríamos engordar, así que diariamente nos pesábamos en la Farmacia del viejo Prioni en la esquina de casa, decidimos empezar a comer banabas cada dos horas, no sé si tuvo algo que ver, pero yo empecé lentamente a aumentar de peso, en cambio Lily sigue tan delgada como siempre.
     Con Lily seguimos sintiéndonos amigas, aún en la distancia, cuando voy a Rosario, siempre encuentro un ratito para verla, reírnos y llorar cuando evocamos éstos recuerdos, muchos ya no están en nuestras vidas, pero siempre renovamos afinidades y afectos.


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