por Santiago Lorente
Nunca pude evitar uno de los recuerdos de mi vida que me afectó cuando yo trabajaba en un puesto de alta jerarquía en una gran empresa y cumplir por órdenes superiores tuve la obligación de cambiar a un importante jefe de mi área a otro lugar de más categoría. Resumiré, para no cansar al lector de lo que pasó. Les cuento, con mi mejor voluntad cité a mi despacho a dicho responsable y contento se presentó ante mí. Se sentó, y en ese mismo momento le noté un poco de intranquilidad en su rostro, una vez acomodado en su silla se dispuso a escucharme y fui derecho al tema. Le informé que la empresa había decidido ascenderlo a un nuevo puesto mucho más importante que había ocupado hasta ese momento durante muchos años. Cuando se enteró de las nuevas órdenes, pensé que iba a ponerse muy contento y alegre, pero sucedió todo lo contrario. La noticia le cayó como un balde de agua fría porque súbitamente comenzó a gesticular como que iba a llorar y yo pensé que lo iba a poner contento la noticia, pero no fue así porque no era lo que le provocaba. En un segundo rompió a llorar de una manera a moco tendido como un niño balbuceando el llanto y un pañuelo surgió rápidamente de su bolsillo, secando sus lágrimas que caían a borbotones. Eso me conmovió y yo que no esperaba esa actitud de un hombre grande (en edad me refiero). No sabía qué hacer para tranquilizarlo, me paré para tratar de evitar su pena pero fue inútil y hasta rechazó un vaso de agua. De pronto se levantó y con mi permiso se retiró de la oficina. Al cabo de unos minutos observé que se había puesto el saco y se retiró del área en la que había sido el jefe del sector y sin saludarme abandonó su puesto, llorando delante de casi todo el personal que eran casi unas 40 personas.
Al otro día me enteré que había renunciado y que no aparecería nunca más. Me quedé absorto. Le informé a mi superior de esa decisión y me ordenó un cambio de planes para aquellas personas que habían estado hasta ese momento muchos años bajo su cargo. Aquello me hizo mal. Y cada vez que llega a mi memoria este hecho, siento un sabor amargo en mi boca y un escozor me recorre todo el cuerpo.
Hay momentos que la vida se presenta así, lenta o espontáneamente. El camino en este planeta no se conoce jamás, de un día para otro o sos mucho o no sos nada o sos un estúpido, o un pelotudo. De una manera a otra vamos deambulando de un sitio a otro. Ese acto que viví, fue el comienzo de otros muchos momentos que sucedieron en mi vida, buenos, regulares o malos, pero les puedo asegurar que ese recuerdo aún me produce mucha tristeza.
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