martes, 11 de agosto de 2015

Una visita inesperada

por Stella Maris Gioia

Era el mes de diciembre, donde todo el mundo planifica las fiestas y el próximo año a surgir. El matrimonio se desplazaba por la ruta, donde el calor agobiante, mostraba que el sol ya se escondía en el hueco de la montaña. 
Habían planificado este viaje, hacía mucho tiempo, Rosa y Miguel querían vivir una segunda luna de miel. Y después de muchos diálogos decidieron, viajar y recorrer la hermosa provincia de Salta.
Sus montañas, sus paisajes que con sus coyas peleando la vida, esa gente con tanta sencillez,  día a día son un ejemplo de vida, pues sus costumbres, su hábitat, nos dejan mucho para admirar. Ellos se desenvuelven, con sus cosechas, sus cabras, su arado que pasando por la ruta, se puede ver como sobre la montaña,  rescatan para una supervivencia, sin tecnología, pero también con todo lo que se requiere para vivir dignamente. 
Ahí iban los dos camino a un mundo desconocido, pero con la ansiedad de lo inexplorado. Juntos entre risas y mates, les permitían disfrutar del paisaje. En un instante Rosa le manifiesta a su esposo, cariño: no te sientes como si estuviéramos dentro de un cuadro. Tanta belleza, tanta naturaleza cruda, donde podemos palpar hasta los cardos, que parecen pintados al pie de la montaña.
Tienes razón, contesto Miguel, pero la noche se iba cerrando, ya no se podían ni ver las casas de barro crudo sobre la montaña. Continuaron viaje, pasaron horas, cuando de repente frente a ellos algo imprevisto, una luz resplandeciente, que no los dejaba ver, y paralizo el automóvil. Su coche no funcionaba, Miguel apretaba el acelerador, y no respondían los cambios, Rosa inmóvil no hablaba y cuando hablo, dijo: por favor hombre sácame de aquí, ¿Qué es esto? ¿Qué sucede?, ¿porque no puedes conducir? .
Pero ahí no finalizo, un hombre de baja estatura, con rasgos indefinidos, sus dedos largos, sus piernas delgadas, era todo lo que se podía ver, moviéndose en forma mecánica, no dejando distinguir con precisión, pues la luz incandescente no permitía ver. Un calor agobiante nos envolvía, y el descontrol de la escena nos superaba. El hombre no se acercó al automóvil pero si estiro sus manos hacia nosotros, como en condición de reconocimiento o de decirnos sé que están ahí.
Yo estaba muda y Miguel lo único que decía:¿ pero que pasa? , Yo respondí: Miguel por favor arranca y escapemos de este lugar. 
No sé cuánto tiempo transcurrió, pero para nosotros fue eterno, y llego el final de la escena, como una película de misterio, todo desapareció de nuestros ojos. Nosotros continuábamos parados sin decir nada. Hasta que Miguel rompiendo el hielo me dijo: si contamos esto quien nos creerá, es algo irrisorio, van a decir que estamos locos, por favor Rosa no comentes a nadie lo que vimos esta noche, pensemos que fue un sueño, que de hoy en adelante daremos más valor a lo sencillo que nos rodea, pues hemos comprobado que hay algo más allá.

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